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Santa Eulàlia

  • Foto del escritor: Natalia Ferber
    Natalia Ferber
  • 19 may
  • 2 Min. de lectura

Meses atrás, mi sobrino me pidió ayuda para hacer un póster. Él vive en Barcelona y le encantan los gigantes, tan tradicionales de la zona. Justo era la fecha de Santa Eulàlia, patrona de la ciudad, y un evento muy importante. Había visto en algún sitio un llamado a concurso para hacer el póster de la fiesta, y aunque nunca encontramos las bases, pasamos una tarde preciosa creando uno juntos.


Me mostró los carteles de otros años, llenos de colores, alegría y fiesta. Y así, nos lanzamos a imaginar a esta niña que, según la historia, le plantó cara a unos hombres que pretendían imponer su modo de ver el mundo. Por su rebeldía, la castigaron, y la religión católica la nombró mártir, representándola con cruces, lágrimas y una cara muy triste.


Pero los carteles de la fiesta no la muestran así. Y nosotros, tampoco quisimos hacerlo. Decidimos que no era una víctima, sino una niña valiente: inteligente, fuerte, decidida. Le pusimos unos pantalones azules muy chulos, una capa de superheroína, y el barril donde la metieron no era su castigo, sino el apoyo firme para su pie. Una postura que habla de coraje. Porque quien se planta ante la injusticia, abre camino para que otros sigan luchando hasta lograr justicia, libertad, y el derecho a ser, opinar y decidir.


Mi sobrino salió orgulloso a mostrar nuestro cartel, y el primer comentario que recibió fue: “Pero niño, si Eulàlia es una mártir”. A lo que respondimos: “No. Es una heroína”. Y así, no cambiamos su historia, pero sí cómo la interpretamos.


Hace un tiempo descubrí un podcast donde una profesora de Yale —con todos los estudios y talentos que se necesitan para ocupar semejante puesto— da una de las cátedras más populares en la historia de la universidad. Habla sobre la felicidad.


Por algún motivo, la felicidad, los colores, la libertad… parecen desaparecer con la edad, mientras una elite capaz de acceder una universidad como la de Yale, estudia la ciencia de ser feliz.


Pero cada febrero, las calles de Barcelona se llenan de gigantes, música, risas, y una niña que, una y otra vez, vuelve a decirnos que vale la pena ser valiente.




 
 
 

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