12 años
A los pocos meses de aterrizar en Montevideo cumplí 12 años. En mi corto periodo de vivir en Uruguay, nadie me pregunto como era Madrid, como era España, que me gustaba hacer, como se llamaban mis amigas y amigos, a que jugábamos, si había tomado clases de pintura desde pequeña, clases de teatro, ambas me encantaban, tanto que hasta un premio de pintura me gane, si jugaba futbol y handball, que también me encantaba, donde viajábamos de vacaciones, si me gustaba volar en avión, como era mi casa, en que lugar vivía, si extrañaba, si me gustaba Montevideo. Nada de eso, a nadie le importaba que en mi corta vida ya había experimentado vivir en dos países bien diferentes. Lo que si les importaba, era mi apariencia. Si me vestía con muchos colores, si estaba pasada de peso, si mi pelo no cumplía con la visión estética hegemónica donde el patrón de belleza es uno y solo uno y nadie puede salirse de el sin ser criticada. Cuando yo tenía 12 años, lo gracioso era un programa de televisión donde un hombre entrado en años intentaba tocar a una chica mucho mas joven y muy bonita que pretendía ser boba. En Sudamérica, cuando yo tenía 12 años, las mujeres no podían ser otra cosa mas que bonitas, y de eso pendía su futuro. El cerebro se te aplastaba al escuchar los programas de televisión y a las personas comentándolos, donde el valor fundamental de una mujer radicaba en su imagen, a no ser que su familia tuviera una gran fortuna, la fortuna triunfa ante cualquier estética. Rara vez se escuchaba alagos del tipo, es tan inteligente, tan talentosa, tan trabajadora, va a llegar lejos, estos se empleaban en el formato masculino. En la calle los hombres te gritaban cosas, si, cuando teníamos 12 años nos empezaron a gritar cosas que no queríamos oír. Ya me dirán que clase de tipejo le grita cosas a una niña de 12 años. En la tapa de las revistas de todos los quioscos había mujeres mostrando el culo, y lo que termino de aplastar mi cerebro por el aburrimiento de una sociedad tan chota y machista, fue una revista que tenia un articulo “mujeres argentinas que no quieren ser modelos” donde entrevistaban científicas y empresarias y abogadas y otras profesiones que no requieren en lo absoluto ser delgada ni cumplir con el canon de belleza. En Brasil, en aquella época, unas 5.000 personas cada ano tomaban el examen de ingreso a la Universidad, mientras que 50.000 adolescentes se interesaban en ser modelos.
A mi me agotaba el tema de la estética femenina y me preguntaba para que era tan importante, que se lograba con ello. ¿Serias más feliz? ¿Te querrían más? ¿El amor verdadero está vinculado a tu belleza? ¿Cuánto más guapa más te quieren?
En los libros de historia había hombres, en el arte, la ciencia, la literatura, en el rubro que elijas. Eran todos hombres. Aparecía de vez en cuando una mujer que en seguida te explicaban que era la esposa de alguien. Si un matrimonio trabajaba junto, el recibía premios y ella no.
Así era mi entorno al llegar a Montevideo y cumplir 12 años, una época de por si vulnerable, sumándole el hecho de haber crecido en otro país en el exilio, ansiosa de conocer a mi familia, a los amigos y amigas de mi madre y mi padre, de caminar por las calles hechas famosas gracias a sus historias y anécdotas, de probar la comida de la que hablaban, de intentar ser aceptada y querida, en vano, porque llegue a otro tipo de dictadura, la dictadura estética y manipulativa que hace de la mujer un objeto de deseo o un trapo de piso, de la dictadura de la imagen por encima de cualquier talento o intento de ser algo mas que una mujer que muestra el culo en una revista.
Que una mujer emancipada y liberada, para mi se parece mas a una CEO o empresaria, a una profesional que trabaja de lo que le apasiona, que estudia, que inventa nuevas maneras de hacer las cosas, que practica el deporte que quiere. Mostrar el culo o casarse o ser monja son las carreras que históricamente nos han sido asignadas.
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